La niña ingenua en espera de su hombre,
la que lo quería todo caído del cielo,
la que confiaba ciegamente,
la que entregó su corazón.
Y en cada devolución le faltaba un pedazo.
Blancanieves, la niña de piel tan clara
y mirada ausente, perdida en el horizonte.
¿Qué buscás de la vida cuando sólo sabes soñar?
Los cuentos de hadas no existen.
Tampoco los finales felices.
La princesa se acostumbró a la sal de sus lágrimas,
a vivir en una realidad que era tan diferente de lo que quería,
a desilusionarse una y otra vez, como si fuera divertido,
a que el pecho le duela cuando intentaba dormir.
Porque a veces el vacío y la soledad también duelen.
¿Existirá entonces, alguien que haya nacido para salvarla?
No de esa vida, sino de esa ingenuidad que tanto la dañaba.
Quien fuera el hombre que ella necesitaba, no iba a traerle flores,
iba a traerle traición, puñales, manzanas envenenadas.
Ella requería perdición para ser salvada de sí misma.
Podría haberse podrido como una fruta esperando sentada,
incluso hasta cuando cerraba los ojos para descansar
contaba las horas que faltaban para que su príncipe viniera.
Jamás fue feliz, la pobre Blancanieves.
¿Cómo ser feliz cuando vivías atada a una utopía?
Cuando uno vive por amor, para amar y ser amado,
termina así, sin nada entre las manos. Simple ausencia.
Desperdiciaste tu vida en algo que no lo valía, felicidades.
Todos aprendamos de la ilusa que no razona.
Sabemos la lección ahora: «No dar importancia al amor.»
Pero cuando lees eso, ¿no te quita un poco de esperanza?
¿No tenemos todos un poco de esa necesidad en el fondo de nuestra mente?
¿Por qué la realidad es tan diferente a los libros?
¿Por qué si puede haber dolor, y muerte, y terror, no puede haber amor?
Es cuestión de suerte, mis queridos.
Lamento decirles, que no ha sido muy buena para nosotros.